( 1ª Parte AQUI ; 2ª Parte AQUI)
El viento entraba a raudales por la ventana abierta, mientras los neumáticos se deslizaban por el pavimento tragándose los metros y metros de carretera que hay entre Valpo y el campus. Con la mano izquierda fuera, colgando a lo camionero, y la derecha en el manubrio, escuchando a los Guns a medio volumen por que la cabeza le zumbaba demasiado, iba en su Forsa 1.3. Los últimos rayos del sol metiéndose por el parabrisas rebotaban en sus Ray Ban. Los bosques y el paisaje rural, casi sureño, pasaban borrozos a través de los vidrios, y una que otra señalización pasaban casi desapercibidas.
El día había estado extraño, jodido, bomb, y lo que venía ahora era poco prometedor. Los jales en el baño, el pito en el estacionamiento y la poco molesta conversación con el Espíritu y la Nacha no ayudaron mucho, y para seguir con el hueveo del día, el telefonaso del Pablo, terminando de cagar la onda, recordándole que era el cumpleaños de la Mariana, que se habían comprometido a ir y que lo pasara a buscar. Luego de cerrar los ojos un largo rato, el que le pareció casi eterno, incluso se preguntó por qué no se estrellaba contra las barreras o salía disparado por un barranco, volvió en sí. Aburrido del sonido rock noventero de los Guns’n’ Roses, sacó el Use Your Illusion II original de la radio del auto y lo tiró por la ventana. Estaba asqueado, cansado, molesto, pissed off.
Buscó algo en sus bolsillos, tanteando entre las ropas, y extrajo un pequeño objeto plástico, de color negro. Presionando en el costado derecho, apareció una especie de enchufe en su parte superior. Conectó el utencilio en el puerto USB del mini equipo y empezó a buscar canciones. Subiendo el volumen, luego de tragar un Cefalmin, respiró hondo y se relajó. Los sonidos jamaiquinos llegaron poco a poco a sus tímpanos y comenzaron a reproducir en el cerebro la imperiosa necesidad biológica de fumarse un caño, en una situación como esa, con Stephen Marley acompañando instrumentalmente y dejando atrás verdes manchones que eran bosques de pinos, eucaliptos y coligües con el sol cayendo en el horizonte. “La ocasión lo amerita”, pensó luego de sacar la cola que guardaba en el bolsillo de su camisa, envuelta en una pequeña bolsa de plástico. Presionó el encendedor del auto y esperó, todo esto sin sacar las manos del volante. El Pop! del aparato indicó que estaba lo suficientemente caliente. Acercó el resorte interno al rojo vivo a sus labios, los que sostenían el resto de marihuana que pretendía fumar.
Una quemada, dos, una pitiada larga y aguantó. Se puso rígido en el asiento, sosteniendo el manubrio y conduciendo totalmente tieso, mirando a uno y otro lado. Una contracción, dos…siguió aguantando. El humo picante le dificultaba la cosa. Casi una arcada, otra contracción, y tuvo que soltar. Salía a raudales, proveniente de sus pulmones, llenando el parabrisas del auto, luego escurriéndose por la ventana abierta. El efecto tardó poco, en realidad fue casi inmediato. En pocos metros el viaje cambió. Seguía bajando por la carretera, había pasado la última pasarela y se acercaba a la calle principal. Dentro de pocos minutos y una curva, Valparaíso se abriría ante sus ojos, con el cielo rojo oscuro, bermellón, mientras se mantenían los últimos y débiles rayos de sol. La entrada a la ciudad, custodiada por los cientos de carteles y lienzos plasmados con caras de políticos y empresarios lo trajo de vuelta al presente. Las elecciones presidenciales se acercaban y el país entero estaba convertido en un campo de advertising, la maldita propaganda política inundaba todo: plazas, parques, miradores, calles. Ni las quebradas de los cerros se salvaban de la invasión.
El espectáculo era tan jodido que prefirió subir las ventanas y darle volumen a la radio. Marley desapareció casi por instinto. La cara de los huevones que van a estar metidos por cuatro y seis años en el Congreso le asqueó al nivel de buscar lo más duro en el mp3 y seguir la volada, con esa pizca de odio necesaria. Una canción, dos, cinco, diez. Por fin lo encontró. Non Servium sonaba fuerte, destructor. Jack rompía la armonía previa, y dejaba en el auto las ganas de atropellar al primer transeúnte que cruce indebidamente la calle, poniéndose en su camino. Llegó al primer cruce con semáforo de la avenida, y deseó con ganas que un camión se descarrilara detrás del Forza, y mandara todo a la mierda, chocara contra el muro y saliera despedido por el parabrizas, cayendo inerte en el pedazo de pasto que hay al otro lado del concreto. Pero no pasó nada, ningún camión, ni bus, ni una 4x4 que se acercara peligrosa. Mierda, no siempre se tiene lo que se quiere; dijo recordando a la Angélica de los Rugrats.
Luz verde. Aceleró a fondo con el auto en neutro, pelando forros con ganas. Primera y partió, segunda, tercera. Iba a noventa y los semáforos daban la pasada. La feria del bandejón central ofrecía un paisaje colorido pero pobre, los cuicos le dicen pintoresco, para él era sólo Valpo. El ringtone del celular lo sacó de sus pensamientos. El nombre que aparecía en la pantalla le molestaba más: Pablo. Joder, eran las 7 y media y el huevón está saliendo de clases, esperándolo para partir al carrete. Apenas dobló por Pedro Montt, se puso a pensar dónde podía comer algo rápido, antes de llegar a Playa Ancha a recoger al hueva. Siguió de largo, dejando atrás la plaza Ohiggins y el Mayorista. Frente al Cine Hoyts se acordó de la Claudia, y que supuestamente irían a ver juntos Inglorious Bastards, la nueva de Tarantino. Otro día, pensó, mientras se alejaba del letrero de la película. Plaza Victoria. Ripley. Patio de comidas, algo de chatarra para alimentarse insanamente antes de lanzarse en la noche. “Para llevar”, le dijo a la cajera mientras le pagaba la hamburguesa con papas y bebida. Bajó las escaleras y llegó a la calle. Caminar media cuadra y subirse al auto. Moverse por la calle paralela a Condell y bajar por Huito hasta la avenida Brasil. La bandeja desechable que le pasaron en el Lomitón servía a la perfección para esas ocasiones. Le dio un mordisco grande al sandwich y tragó con ayuda de la Fanta que tenía en el vaso, también desechable. “Comida desechable para una sociedad desechable”, se cagó de la risa y subió por la calle, dejando al nivel del mar la caleta El Membrillo y los puestos de empanadas y pescado frito. Las ocho, y el Pablo había llamado 4 veces más. “A la otra le respondo”.
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Corte. Se Imprime: Junio 06, 2010. 23:25
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